jueves, 6 de agosto de 2009

Dejando una celda vacía

La imperfección es como el aire, recorre y acaricia todo el cuerpo, les da la vida, me da la mía y hace que sea humana. ¿Por qué cada vez que intento sentirlo huye de mi como lo hace un prisionero que repudia su celda? si la ley lo determina así ¿no significa que tiene que cumplirse sin ningún tipo de desobediencia? entonces ¿qué pasa si ese prisionero logra huir, se escabulle ágilmente y deja atrás a su carcelero? En este momento las consecuencias sociales simplemente no me interesan, es la celda que acaba de ser abandonada la que atrapa toda la atención, aquella que antes albergaba a un prisionero encerrado entre cuatro simples paredes, desgastadas por las innumerables marcas reflejo de una trayectoria guiada por el sufrimiento, la miseria, el amor, la tristeza, el odio, la pasión y la desesperación, incontables heridas que producen temor, compasión y nauseas; paredes que ahora no existen, las que muy pronto van a ser olvidadas y simplemente serán un recuerdo material pero no su esencia, paredes que al parecer fueron derrumbadas al momento de la fuga y que ahora no dejaron ni un escombro que compruebe su existencia. Ya no es una celda ni siquiera un cuarto, ni siquiera un lugar, es un éxtasis indescriptible como lo negado y lo adorado, la credulidad y la incredulidad, la verdad y la mentira, la fantasía y la realidad, la nada en algo que fue imperfecto y la inmortalidad en algo que fue humano. La perfección presentándose a sí misma, la que siempre llega tarde pero en el momento indicado, la que aguarda tras el carcelero sabiendo que en algún momento va a dejar huir al prisionero porque decide renunciar a ser guardián de su propio reo, ya no soporta la amargura que emana de las paredes ni la desesperación que producen las heridas que apenas cicatrizan pero que nunca desaparecen, la desagradable existencia de esa imperfección que permite el latido del corazón. La imperfección es como el aire y el carcelero nosotros.